Volando desde la cuna
En la famosa playa caribeña Bocas del Toro, Cahuil nos esperaba en su casa. Lo habíamos contactado por Couchsurfing[1] y arreglado pasar algunos días con el. Luego de la habitual presentación y algunos datos introductorios, lo primero que hice fue pedir permiso para darme una ducha. Después de horas arriba de una bici, ansiaba reencontrarme con el aguacero refrescante de un lluvero. En eso estaba cuando escuché que Mariana le preguntó si su nombre tenía algún significado: «Yo nací y me crie en el Bolsón, en la Patagonia ―comenzó―. Mi madre, estando embarazada de mí, leyó el libro Juan Salvador Gaviota de Richard Bach. Narra la vida de una gaviota que no quería ser como las otras, sino que buscaba libertad, realizar acrobacias, disfrutar del cielo, gozar el vuelo. Le gustó tanto la historia que me llamó Cahuil, que significa gaviota en mapuche».
«La mayoría de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas de vuelo más elementales: cómo ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar», explicaba el autor estadounidense en su novela, publicada en 1970.
Pasó el tiempo y Cahuil fue creciendo, y, de a poco, percibiendo que le resultaba difícil identificarse con el resto de la bandada. Sabía que si permanecía en su grupo, estaría más seguro, no habría desafíos ni fracasos. Pero aquellas lecturas lejanas de su madre lo habían alimentado inconscientemente con nuevos horizontes, y cuando nació, ya traía consigo muchas preguntas.
«Gaviota que ve lejos, vuela alto» fue uno de los consejos que Juan recibió de Rafael, su gaviota instructora. Hace algunos años, Cahuil dejó su comarca; con sus preguntas a cuestas, se lanzó a viajar por América, en busca de aventuras, a la procura de sus alas. En el camino, posó en la profesión de malabarista, y anidó en la práctica del buceo.
Día tras día, desde que el sol comienza a desperezarse antes de iniciar su habitual recorrido, hasta cuando es tragado por las aguas claras del Caribe, Cahuil entrena las clavas, que pasan horas sin conocer la tierra, y las patas de rana solo se dan cuenta del paso del tiempo cuando en el mar comienza a meterse la noche.
Los fines de semana, trabaja en un reconocido restaurante de la isla, realizando un show de malabares con fuego. Un sábado fuimos a verlo. Comenzó su actuación y todo parecía normal. Las clavas ardientes atravesaban la oscuridad dibujando huellas incandescentes en el lienzo negro de la noche, despertando aplausos y la admiración del público presente.
Lo que sucedió a continuación es la pura verdad, si quieren me creen, y si no, que me crean sin querer. En medio de la función, me pareció ver que despegaba del suelo, se elevaba unos centímetros y permanecía suspendido en el aire, como levitando, mientras una pluma blanca descendía misteriosamente en un suave vaivén, y en su cara, alumbrada por una luna llena rebosante, crecía una sonrisa cómplice.
Unos cuantos años antes, un escritor uruguayo llamado Héctor Galmés, en su magnífico cuento El maná, ya aseguraba: «Volar es humano».
[1] Organización fundada en el 2004 (sin fines de lucro, hasta que en el 2011 que se convirtió en una empresa comercial). Ofrece a sus miembros que registren en su página (www.couchsurfing.com) la posibilidad de hospedar, hospedarse o simplemente mostrar su ciudad a personas de todas partes del mundo. El intercambio es de hospitalidades, gentilezas; nunca monetario. Otras páginas similares son www.bewelcome.org, www.hospitalityclub.org, http://servas.org,www.warmshowers.org (esta última, exclusiva para cicloviajeros).
Bocas del Toro, Panamá, agosto 2014.
septiembre 4, 2014 at 3:08 am
Que buenas las fotos y aún mejor el relato.. Ejemplar como amalgaman vivencias, aventura e historias de personas en cada lugar. Felicitaciones y continúen…. Los seguiremos siempre