3 de marzo de 2015

Salimos de Lagos de Cólon por la mañana y teníamos 68km hasta Comitán de Domínguez. En principio la carretera era tranquila pero de apoco vimos como el paisaje cambiaba. Carretera con doble carriles y la zona urbana con tránsito más intenso.


En el medio del camino nos encontramos con otro viajero que venía en el sentido contrario que al nuestro. Una charla rápida, suficiente para que nos mostrara todos sus inventos caseros, entre ellos una parrilla hecha de maderas y las alforjas con carpetas escolares. Nos despedimos con la sensación de proximidad, de tener algo en común y la sonrisa recíproca de ver algún ser semejante en este largo camino.


En Comitán, teníamos el contacto de una pareja que habíamos encontrado por CS, y que nos había aceptado recibir por unos 4 días en su casa.
Cuando llegamos, el aroma a café nos envolvió y se adelantó en darnos la bienvenida. Después fue el turno de Daniel y María.


Daniel trabajó con software en Alaska, luego con paneles solares en Chiapas, y ahora estaba con el negocio del café.

Daniel y su maquina de café

María es médica, epidemióloga. Nos enseñó sobre la gripe aviar y la del pollo, que surgieron como consecuencia las heces de las aves migratorias que hacían su ruta por México y que contagiaron a los animales. También nos comentó del problema grave presente hoy en día, más que nada en las comunidades indígenas, por falta de medicamentos y servicios accesibles cercanos.
Nos recomendó que, si un perro nos mordiera, acudir de inmediato a un centro público de salud, ya que, si el animal tiene rabia y no nos atendemos en los primeros días, no contamos la historia. Otra cosa que no sabíamos, era que, en las farmacias en México, por muy poca plata, podes consultar con un médico, con la condición de que compres allí los medicamentos.
También nos narró con tristeza como era en su infancia el trato entre indígenas, blancos y ladinos. Dice que cuando un blanco o ladino iba caminando por una vereda y en dirección contraria venía un indígena, este último debía bajar de la vereda antes de que se cruzaran. Y dice que aún hoy pasan, no por exigencia del blanco, si no por costumbre del indígena.

Maria con su colección de muñecas

No pude no recordar, la historia de la novela Balun Canan.
Comitán es la segunda ciudad en importancia en Chiapas, luego de San Cristobal de las Casas. Zona originariamente de mayas tzeltales, tenía por nombre Balún Canan (Lugar de las nueve estrellas). Precisamente ese nombre toma la célebre novela de la escritora Rosario Castellanos, que vivió su infancia en esas tierras. Entre otras cosas, cuenta el trato infrahumano al que eran sometidos los indígenas por los terratenientes, y menciona también el reparto agrario impulsado por el gobierno de Lázaro Cárdenas. La narradora es una niña de 7 años, hija de terratenientes (como la escritora).


Justo en frente a la casa de María y Daniel, en una plaza, podíamos ver algunos de sus poemas en el piso.


Y en la plaza central también, la escritora era homenajeada en forma de estatua. Tan querida en la ciudad, los comitecos enaltecen el eje de su obra, que abarca varios géneros literarios, y se destacó también por la defensa de los derechos de los indígenas de la región, y principalmente, por los derechos de las mujeres, lo que la convirtió en un símbolo del feminismo en Latinoamérica desde los años 50.


En los siguientes días recorrimos mucho, caminamos por la simpática ciudad y a cada rincón íbamos descubriendo varios mundos.


Llegando a la plaza central encontramos el museo Arqueológico que conserva piezas muy interesantes halladas en las zonas cercanas a Comitán. Cada pieza nos relata historias de tiempos prehispánicos y nos ayuda a entender nuestra historia.


También, a pocas cuadras, descubrimos en un edificio de 1900, el mercado central 1º de mayo y su enorme variedad de frutas y verduras, y como siempre, un pequeño altar en homenaje a Guadalupe en un rincón entre los puestos.


Volviendo al casarón de María y Daniel, ya en la noche, nos invitaron con la cena: chiles rellenos y vino de mango, fue el delicioso menú.


En otro recorrido, medio sin querer, nos deparamos con el Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos, que conserva un buen acervo de cuadros (litografías de Tamayo, de Toledo, cuadros al óleo de Rodolfo Morales y otros pintores oaxaqueños).

Además del techo con pequeños orificios, nos llamó la atención el detalle del águila devorando una serpiente sobre un nopal. Símbolo patrio, está presente en el escudo y la bandera mexicana y tiene que ver con la fundación de Tenochtitlán por parte de los mexicas, en el siglo XIV. El águila representaba a Huitzilopochtli, al dios Sol; el nopal –tenochtli–, a la isla de Tenochtitlán; y la serpiente, la sabiduría.


Y unas cuadras más adelante, aparece otro museo. Vimos un casarón antiguo y una puerta abierta. Era el museo del padre de Hermila, el dr. Belisario Dominguez. Con diversos salones, el museo tiene objetos de la vida del ex-político (cuyo apellido nombra da nombre a la ciudad) y mantiene la arquitectura del siglo XIX.


Algo que nos sorprendió fue que la guía del museo pidió para sacar una foto con nosotros, ya que no era siempre que venía gente de tan lejos y más con el viaje en bici que estábamos haciendo.


Al día siguiente quisimos visitar las 8 cascadas del Chiflón. Lugar que nunca habíamos escuchado, pero que es muy conocido en la zona. Fuimos hasta el bulevard a esperar algún minibus que dijera Tuxtla Gutierrez, según las indicaciones de Daniel y María.

Pasaron varios pasaron con otros destinos. Hasta que preguntamos a un señor mayor que esperaba con nosotros y nos dijo que también podíamos tomar el 103. Al terminar de decirnos esto, apareció el 103, lo que no nos dio siquiera tiempo para pensar, bastó una mirada entre nosotros para decidir si subíamos o no. Una hora de viaje después, 50 pesos mediante, ya estábamos bajando cerca de nuestro destino.


Frente a nosotros, dos caminos de tierra se abrían, sin ninguna indicación. Decidimos tomar el de la izquierda, por afinidad. Todavía quedaba un largo trecho para caminar, y como avanzaba la tarde, negociamos con una moto taxi que nos dejara en la entrada, y en 10 minutos estábamos en la puerta. A los 15 pesos del transporte, se sumaban 30 de la entrada por cada uno. Todo un lujo ese gasto para nuestro cotidiano.


Apenas algunos pasos dimos, y de frente, un río pasaba como si nada con sus aguas transparentes, verdes azuladas que nos dejó con la boca abierta. Parecía como el Rio Celeste de Costa Rica, pero sin la fama.


Mariana no perdió la oportunidad de sumergirse.


Luego de esa refrescante pausa, continuamos en busca de las cataratas. Apareció la primera, hermosa, ancha y baja, formaba una espuma blanca en la caída que luego se desvanecía en el azul claro.

Continuamos un poco más y la segunda era más impresionante. Larga y alta, podíamos sentir en la cara la bruma que desprendía. Pensamos que esa era la promocionada en todos los afiches y carteles.

Pero como el camino seguía, seguimos. Y al cabo de una hora de caminata, comenzó a surgir un sonido ronco, grave y profundo, que aumentaba a cada paso que dábamos. Hasta que cuando ya apagaba nuestras voces de tan fuerte, aparece por entre unos árboles, ¡la majestuosa casada principal! Conocida por “Velo de novia” .


Al día siguiente pensábamos irnos, pero Mariana rompió la parrilla de su bici. Por suerte Daniel y María nos llevaron en su pickup por todos lados en busca de alguien que soldara aluminio. A las cansadas pudimos encontrar un taller, pero iba estar pronto recién al otro día, por lo que nos obligó a estirar nuestra estadía.


Aprovechamos a recorrer un poco más la ciudad e ir al cementerio municipal, fundado en 1700 es uno de los más viejos de Chiapas.


En otros recorridos, nos encantamos con una tienda de sombreros, mantas y artículos locales.

Luego fuimos al supermercado, otros de nuestros destinos favoritos, ver lo que podíamos encontrar. Lo primero fueran varias fotos de personas que la camera había flagrado cometiendo algún tipo de robo.


En la parte de las verduras, vimos que los puerros son enormes y conocimos el nopal. Un cactus muy versátil en la cocina mexicana. Y luego el dicho: Más mexicano que el nopal, se nos hizo entender. Ya que es un ícono del concepto de identidad nacional.


En el mismo supermercado, una muchacha nos vino hablar, preguntando si no éramos los que estábamos viajando en bici. Era Ana, que habíamos contactado por Couchsurfing cuando buscábamos alojamiento y no habíamos tenido respuesta. Nos explicó que no podía hospedarnos, pero quería recibirnos en su casa para una cena, y quedamos de juntarnos por la noche.


Fuimos con Daniel y María, que, aunque sabían de una muchacha que también estaba en Couchsurfing en Comitán, no se conocían personalmente. De su casa, grande y antigua, Ana nos contó que antiguamente, por las noches, escuchaba ruidos de agua debajo de la cama, y golpes fuertes en el techo. Al principio no hacía nada hasta que pasaban, pero en un momento comenzaron a sonar cada vez más fuerte. Como no podían vivir así, llevaron un chamán para curar la casa. Inciensos y velas fueron puestos en puntos estratégicos, acompañados de frases secretas. Nunca más se escucharon esos ruidos. Al parecer, una familiar, que era medio bruja, les había estado enviando esas entidades.


Después, el compañero francés de Ana nos mostró su trabajo, que era reparando todo tipo de esculturas de yeso.

Días después, Ana nos envía unsa serie de fotos que había sacado en nuestro encuentro.


Al otro día, no tan temprano como quisiéramos, estábamos a punto de partir para nuestro próximo destino: Ocosingo, quedaba a 100km, cuando Daniel se acerca y nos recomienda que tomemos otro camino.


Como siempre, nuestro destino era bastante moldeable, entonces decidimos aceptar la sugerencia de Daniel y agarramos otro rumbo. Volvimos en la dirección de dónde veníamos, y luego haríamos un desvío hasta la Zona Arqueológica de Chinkultic, a 55km de Comitán.

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