9 de março de 2015
Mirando en el mapa de Chipas, nos separaban 67 km de nuestro próximo destino: “Las Nubes”. Pero para llegar hasta ese Parque Nacional, tendríamos una carretera muy solitaria por delante, algunos inconvenientes, montañas de verdes, y la fresca presencia del río Santo Domingo con sus tonalidades de cielo.
Era el tercer día seguido de pedaleo y el cuerpo nos lo hacia saber ya en las primeras subidas. Pero algunas vistas nos permitían recobrar energías.
Andamos algunos quilómetros para encontrar un quiosco y desayunar. Un sanguche con queso y huevo acompañado de un guaraná era lujo. Y así disfrutamos esta parada de abastecimiento.
Después de una hora de pedaleada, tuvimos otra parada. Pero esta vez, menos agradable y nada voluntaria. Quique pinchó la rueda. Una vez arreglada, había que volver al camino y reprogramar los horarios de llegada a las Nubes.
Y hablando del camino, había que estar atento en todo momento, no solamente por sus bajadas pendientes y curvas cerradas, sino por algunos faltantes…
Seguíamos por la 307, pero para llegar hasta el parque ecológico entramos un sendero de tierra hasta el pueblo de Jerusalén. Cuando las ganas de llegar y el cansancio nos hacían creer que no faltaba nada, quedaba todavía un buen tramo de más subidas. No es fácil llegar a las nubes en bicicleta.
Bosques de pino y cedro completaban el paisaje, pero poco a poco, conforme la carretera descendía, aparecía una vegetación selvática. Y al final, un trayecto de terracería, por donde asomaban comunidades agrícolas.
Hasta que por fin llegamos al parque turístico ecológico conocido como “Causas Verdes Las Nubes”, fundado por un grupo de ejidatarios. Se ubica frente a la Selva Lacandona, no muy lejos de la frontera guatemalteca.
Luego del descanso de algunos minutos tirados literalmente en el piso recobrando fuerzas, averiguamos precios de las cabañas ($ 850), pero nuestros bolsillos prefirieron el camping de $ 50 por noche.
A la mañana siguiente, apenas salió el sol, fuimos despertados por una orquesta de pájaros que tocaban con ganas desde los árboles.
Vecinos del pasto de al lado, había a una pareja de mexicanos (Omar y Gabriela), que aunque en ese momento no sabíamos, el viaje nos iba a hacer reencontrarles tiempo después en otros lugares. Con ellos compartimos comidas y paseos por las cataratas.
Una gran familia de Comitán de Domínguez que habían ido a pasar el día, al vernos en las bicis nos llamaron a integrarnos, nos invitaron con tamales, y conversamos de todo un poco, entre los temas, no podía faltar el fútbol.
También conocimos a Daniel, un guia turístico de Chiapas. Lo más increíble, fue que volvimos a vernos, sin combinar, meses después en Matanzas, Cuba, en medio de una carretera.
La actividad principal del parque es el senderismo y nadar en el río. Con Omar y Gabriela fuimos a recorrer el bosque pasando por el puente colgante, con una buena vista al salto del agua.
El ecosistema que se ve es húmedo, rico en plantas como helechos y orquídeas; flores como las begonias y los árboles impresionantes como las caobas o el palo mulato. Iguanas e insectos también nos acompañaban por el recorrido.
Por todo el camino se escuchaba el ruido de las aguas, que admirabamos desde el inicio del camino. El color turquesa es derivado de la disolución de la roca de cal con el carbonato de calcio y otros nutrientes entre algas y microorganismos.
El restaurante del parque se llama Las golondrinas, y se ubica en el punto más cercano a las cascadas. El menú es muy sencillo y no muy variado; me tocó desayunar Coca con quesadilla y mango.
Pero ahí, estaba la mejor vista a la Cascada de las Golondrinas, y tempranito se veían los primeros rayos del sol entibiando el agua.
Después del desayuno, era hora de “levantar acampamento” y seguir adelante. Teníamos muchos quilómetros por recorrer para llegar a “las Guacamayas”
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