19 de noviembre –

Salimos 8:30 rumbo a la frontera. En esta oportunidad llevábamos un equipaje extra, que aunque no ocupaba lugar en las alforjas si pesaban, los miedos. Los fuimos cargando con el robo ocurrido días anteriores pero más que nada por todas las “noticias” y comentarios de la gente sobre la violencia en Honduras, teniendo por varios años consecutivos a San Pedro de Sula como la ciudad más peligrosa del mundo (tasa de homicidio 2014 de 169/100.000, para referencia en Uruguay la tasa es de 8 y en Brasil 25).

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La noche anterior tratamos de leer algo sobre las “maras” (término que se relaciona inmediatamente con bandas criminales de tatuados altamente violentas, pero que también es usado para referirse a barra, grupo de amigos). Vimos que más que nada se concentraban por la zona de la capital y por San Pedro de Sula aunque una amiga hondureña nos dijo que tangáramos cuidado porque están por todos lados.

De todas formas ingresaríamos a Honduras por la parte más angosta, la del Pacífico.

Por todos estos temas, no tener contactos que nos pudieran recibir y por ser un territorio bastante grande decidimos pasar rápido esta vez y quizás a la vuelta si tratar de estar más tiempo.

De todas formas nuestro “rápido” incluye andar a un promedio de 20km/h  que por las carreteras solas y las historias que nos habían contado de robos a carros, ciclistas etc, etc, nos dejaba por lo menos con incertidumbre.

Después de una larga subida, llegamos a una barrera policial. Nos  pidieron que parásemos y por primera vez nos revisan algo el equipaje. Cuando nos liberaron un cierto alivio floto por el aire. Quedaban pocos quilómetros para cruzar  la frontera.

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Pero a algunos metros del límite, siento algo pesada la bicicleta, minutos después la rueda delata el “ponchazo”. No era un lugar recomendable para quedar emparchando, por lo que decidimos hacer los últimos 2 kms caminando. El “ponchar” de ellos es el “pinchar” nuestro. Viene de la españolización del “to punch” del inglés que significa “perforar, agujerear”.

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Pasada la frontera había fila de camiones esperando para cruzar, gente comiendo en la calle, perros descansando y nosotros emparchando. Ahí algunos camioneros nos alertaran de los peligros de la carretera, principalmente por México (vaya novedad).

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En 20 minutos estábamos listos para seguir.

Saliendo de Nicaragua no nos sellaron el pasaporte, dicen que no es necesario.

Llegando en la migración hondureña, nada de muchos amigos. Nos dieran 30 días de permanencia en el país, dicen que en general son 3 días para cruzar (pasajeros en tránsito) pero como íbamos con las bicis nos dieran un poquito más.

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En cada tramo de carretera solitaria nuestros radares se encendían. Y cuando pasaba un auto, yo (Mariana) sentía el corazón acelerado, ya que había leído historias de asaltos a ciclistas cerca de la frontera. Otra cosa que percibimos también fue la mala calidad de las carreteras, principalmente comparando con las de Nicaragua que eran amplias y en buen estado.

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Luego de algunas horas llegamos a San Marcos, parada mediante para comer y luego a buscar un lugar para descansar, física, mental y emocionalmente. Encontramos el hotel Barceló, que luego de algunos minutos regateando para pedir rebaja, nos dejaron a 30 lempiras (15 usd aprox). Una cama grande, cómoda y agua caliente, era todo lo que necesitábamos.

Las noticias y los diarios esos días  le dedicaban horas y páginas a las hermanas  asesinadas, una de ellas reciente candidata a miss mundo por Honduras.

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foto: EFE

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foto: EFE

La ciudad de San Marco de Colon nos pareció bien tranquila, salimos para sacar dinero y nos enteramos que no hay cajeros en el pueblo. Faltaban 10 minutos para cerrar los bancos, el único local para retirada de dinero y por suerte conseguimos en los descuentos del segundo tiempo lo que queríamos. Un banco llamado Davivienda, con el logo nada parecido con de un banco familiar para nosotros, más parecía el hongo del Mario Bros que comía para crecer!

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Después nos enteramos que se trata de un Banco colombiano que compro las acciones del HSBC en Centroamérica.

Al día siguiente despartamos  10:30 para salir rumbo a Choluteca que como estaba a solo 55 km y con bajadas, no era necesario madrugar.

Para variar, cuando pensábamos que iba a ser un paseo, los primeros kilómetros eran de grandes subidas y aunque hacía mucho calor, nos calentó más los consejos de la gente que nos dijeron que solo era bajada. Hay mucha diferencia entre estar preparado para las subidas,  que a que te agarren de sorpresa, psicológica y anímicamente.

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Luego de casi dos horas de duro pedaleo con el sol del mediodía cocinándonos lentamente, comenzó el descenso!!

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Fueron 45 eternos minutos de dejarse llevar, de sentir el viento en la cara, de perder a los ojos que se iban entre las sierras, montañas, espacios lejanos y se olvidaban del camino.

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Ya cuando volvió la horizontal las piernas reclamaron cuando las invite a retornar a su trabajo, como si estuvieran regresando un lunes a la oficina luego de un fin de semana largo.

Ya casi llegábamos cuando decidimos hacer una pausa de 5 minutos para descansar al borde la de carretera. En eso estábamos cuando un sujeto en moto pasa a nuestra frente, nos mira y a los pocos metros frena, hace la vuelta y regresa en nuestra dirección. Mariana se puso algo nerviosa.

Pero su intención era advertirnos que no quedásemos parados ahí solos, que podía ser peligroso, mejor fuéramos a una estación de servicio.  Le agradecimos y seguimos inmediatamente.

Ya entrando a la cuidad el paisaje era de calor, calle de tierra, carros y camiones, polvos y aromas de comida en la calle. Eran muchas cosas para procesarlas todas juntas además de cuidarnos y buscar un lugar para hospedarnos.

Estábamos entrando en el centro cuando otro en  moto se acerca y me pregunta a dónde vamos. Le conteste que buscábamos un lugar para dormir. “Soy bombero voluntario” respondió y agrego que si quisiéramos nos podía guiar hasta el cuartel de bomberos.

Sentimos confianza y lo seguimos.

Luego de unas cinco cuadras entramos en unas callecitas secundarias de piedras. La gente que por allí estaba nos quedaba mirando y sus ojos se nos pegaban junto al polvo caluroso. En un momento pasan en dirección contraria una moto con dos policías fuertemente armados. Los sigo con el retrovisor y veo que a la media cuadra frenan y dan la vuelta.

Nos paran y comienzan hacerle preguntas a nuestro guía ¿Qué estaba haciendo? ¿Quién era? etc, etc. Momentos de tensión y dudas.

Preguntas pasaban por mi cabeza ¿era realmente bombero el hombre? ¿Hicimos bien en confiar en él?

Si y sí. Luego que mostrara sus papeles nos dejaron seguir. Nos dijo que están de moda los secuestros y por eso nos pararon. Pobre hombre, sentimos que estaba un poco nervioso con toda desconfianza de los policías contra él.

Seguimos más tranquilos pero nos dimos cuenta que la cosa era distinta por estos lados.

Los bomberos nos recibieron muy bien y nos permitieron armar la carpa en el patio.

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Un baño y un recorrido por el barrio en busca de algo de comida.

Otro tema recurrente de países como Honduras, El Salvador, Guatemala, México son los niños/as migrantes que se exponen a todo tipo de peligros en esa tan dura travesía en busca de mejores oportunidades y la reunificación familiar (ya que uno o ambos padres están por allá).

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La migración indocumentada facilita por su clandestinidad el control y explotación de redes delictivas internacionales. El tráfico de personas es una de las principales fuentes de ingreso en la región. También el aumento de controles fronterizos en algunos países (no modifican las causas que generan la migración) incrementa el alto riesgo de los niños/as migrantes que deben tomar nuevas rutas, viajar en grupos más reducidos quedando más expuestos a agresiones, extorsiones policiales y abusos sexuales. Y como si fuera poco el aumento de controles aumenta el costo a pagar por los familiares de los niños a los “coyotes” que pueden llegar hasta los 10.000 dólares. Y los/las que pagan precios más bajos se le suele incluir la explotación sexual en beneficio de traficantes.

Por la noche ya estábamos entregados. Mariana se fue a dormir y yo me quedé un rato conversando con el encargado del turno.

Me contó de la situación del cuartel y la falta de voluntarios. Dice que esto último es debido a un cambio de políticas que a los nuevos no le dan desayunos y a veces se pasan la noche entera de guardia y al otro día temprano se van sin comer nada. Algunos les lleva varias horas llegar hasta su casa, por eso él por su cuenta a veces les da algo para comer igual.

También que a los menores de 18 años ahora ya no pueden ir en el carro cuando hay emergencias, por lo que no los motiva estar solo para limpiar el coche y el piso.

Le pregunte por el tema de la violencia y recordó hace unos años cuando andaba por la capital, Tegucigalpa, vio a su lado asesinar a una persona a quemarropa. “Todos seguimos como si nada, no se puede hacer otra cosa” dice resignadamente.

Respecto a las “maras” las más conocidas y que están en Honduras, El Salvador y Guatemala son la MS13 (mara salvatrucha) y la M18 (pandilla barrio 18).   Te dan un “papelito” que dice el monto que debes pagar, comenta. Eso le llaman “impuesto de guerra”. Si lo haces a las 24 horas tenés seguridad. Si no lo haces, no contás el cuento.

Al otro día decidimos seguir, deseando escapar del dengue y chikunguna que en esa zona estaban muy fuertes. A pocas cuadras de allí familias enteras estaban infectadas según me comentaban.

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Saliendo rumbo a San Lorenzo buscando un lugarcito para desayunar, paramos en una gasolinera. Fuimos recibidos por un seguridad con un arma (escopeta), nos saludó y decimos que íbamos dejar las bicis en un lugarcito al lado. Se acercó  y quedó de custodio de nuestras máquinas.

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Probamos la riquísima baleada, un plato típico hondureño que es con tortilla de trigo, frijoles molidos, queso y crema. Nos llamó la atención el nombre de este plato y ahí descubrimos que es conocido así por el hecho de que años atrás una señora vendía siempre este plato y un día hubo un tiroteo donde ella vivía. Un tiro la acertó pero luego de unos días ya estaba recuperada. Así todo el pueblo iba comer sus tortillas rellenas a lo de la “baleada”.

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Después de “baleados” seguimos camino, era un día muy caliente sabíamos que no iba ser fácil hasta nuestro próximo destino.

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