Pasaba por el parque La Sabana cuando, de repente, me llamó la atención un carrito muy colorido, atiborrado de objetos, atado a una bicicleta. Frené y me acerqué…

       Veo a un hombre acostado al lado, sobre un colchón. Lo saludo, me mira pero no me responde. Luego se levanta y me hace gestos de que no puede hablar. Me presenta una hoja en la que explica que es sordomudo, oriundo de Puerto Limón (zona portuaria del Caribe costarricense) y solicita colaboración. Le doy algún cambio mientras observo su «casa rodante».

       El carrito tiene monedas pegadas, banderas de varios países, espejos, luces de colores, superhéroes y, adelante, una jaula con dos pajaritos que me muestra orgulloso. Desde adentro, un perro sentado me vigila con atención.

       De pronto, comienza a llover y tiene que proteger sus cosas del agua, por lo que lo ayudo a trasladar sus colchones y frazadas, y, por supuesto, su bici con su casa, hasta debajo de un techito de una parada de autobuses. Me invita a sentarme a su lado, y acepto con gusto.

       Trato de hablarle lento y con señas, pero no me entiende. No obstante, me explica con gestos que el perro que está adentro es su guardia y muerde cuando alguien trata de robarle la bicicleta. Acto seguido, me hace un recorrido por el interior de su hogar y por todos sus bienes, entre los que se encuentra una TV chiquita, que está pasando un clip de música en blanco y negro, de los Beatles. Se pone unos auriculares y me mira, moviendo su cabeza, como gozando por el ritmo mudo de los cuatro de Liverpool, como queriendo enseñarme la mágica melodía que, en silencio, él siente.

       Decido irme, apurado por llegar a no sé dónde, incómodo no sé por qué. Mientras me alejo, levanto mi mano derecha abierta a manera de saludo corto, pero mi cabeza se baja levemente, como pidiendo disculpa. Varias cuadras me había alejado ya, cuando me di cuenta de que no supe nada de su vida. ¿Por qué viajaba? ¿Cuáles eran sus sueños? ¿Adónde pesaban sus dolores? ¿Y sus convicciones más profundas? ¿Y sus valores más sinceros?

       Es que para abismarse en los misterios del otro, y visitar a los que habitan en nosotros, se necesita tiempo.

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San José, Costa Rica, septiembre 2014

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